Nicolás Bravo
He
aquí otro teniente de Morelos, hoy conservado todavía con los rasgos
con que la historia lo describe fielmente, pero cuya figura pasará
mañana al dominio de la leyenda para agigantarla hasta convertir al
Guerrero del Sur en héroe. Su vida está tan llena de rasgos de
bravura y de generosidad que hacen la tarea del historiador en extremo
fácil, pues al narrar hechos magnánimos siente el alma más consuelo
que al tener que referir exclusivamente muertes, hecatombes y sucesos
desgraciados.
En Chilpancingo, pequeña
ciudad del sur de México, nació don Nicolás Bravo el 10 de
noviembre de 1786. No hizo más que los estudios primarios, pues además
de que poseía suficientes bienes de fortuna para no necesitar
trabajar, por aquel tiempo la afición al estudio no estaba muy
desarrollada entre los habitantes de aquellas cálidas regiones y la
indolencia era, como lo es hoy todavía, característica de los
surianos; se dedicó a las labores del campo y ya en edad núbil
contrajo matrimonio. Vivía en la hacienda de Chichihualco, cercana a
Chilpancingo y propiedad de la familia, en compañía de su padre don
Leonardo y de sus tíos, don Miguel, don Víctor, don Máximo y don
Casimiro, que se dedicaban a las labores del campo y a la administración
de la finca.
Cuando resonó en la
Colonia el grito de Dolores, sus ecos llegaron hasta aquellas
apartadas comarcas y fueron acogidos con simpatía por la familia que
tenía que lamentar muchas demasías cometidas por las autoridades
españolas; sin embargo, como la región permaneció en quietud, ellos
no hicieron nada que diese a conocer sus simpatías; pero las
autoridades españolas eran demasiado suspicaces y a pesar de que don
Nicolás estaba casado con la hija de Guevara, comandante de realistas
de Chilapa, como vieran que los Bravo no obsequiaban la invitación
que se les había hecho para que levantasen una compañía como habían
hecho otras haciendas, empezaron a molestarlos, por lo que resolvieron
retirarse todos definitivamente a Chichihualco, y aun allí tuvieron
que ocultarse en la cueva de Michapan situada en una barranca de difícil
acceso, a la que llevaron armas para defenderse en el caso de que
fuesen atacados. Este caso no tardó en presentarse por cierto, cuando
menos lo esperaban, pero si cuando más en aptitud de defenderse
estaban.
El Comandante Garrote
llegó a Chichihualco con objeto de aprehender a los Bravo; pero
ignoraba que las fuerzas de Morelos, mandadas por Galeana, acababan de
llegar a la hacienda, donde habían sido bien recibidas, y estaban
unos soldados sesteando y otros bañándose, mientras los amos
almorzaban. Entonces fue cuando los pintos de Galeana pelearon
desnudos, y unidos a los sirvientes de la hacienda derrotaron a
Garrote, que dejó cien fusiles y bastantes prisioneros. Los Bravo se
vieron con esto comprometidos a tomar parte decididamente en esta
revolución, a la que dio no poca importancia esta familia y la de
Galeana, ambas respetadas en aquella región, y fueron desde entonces
los oficiales de mayor confianza de Morelos. Únicamente don Casimiro
Bravo, que accidentalmente no se encontraba ese día en la hacienda,
no tomó parte en la revolución y permaneció neutral durante toda la
lucha (mayo de 1811).
Don Nicolás acompañó
con el carácter de subalterno a Morelos en toda la primera campaña
del Sur y en Chiautla estuvo a las órdenes de su tío don Miguel con
un grado menos inferior; después quedó a las de su padre y mandando
una sección de las tropas de éste, se separó de Galeana en
Tepecoacuilco para ir en auxilio de Morelos, que en su avance sobre Izúcar,
se hallaba amenazado por Soto Maceda. No pudieron llegar a tiempo
porque el jefe español adelantó el ataque, y quedó herido y
derrotado, perdiendo su artillería y a su segundo Ortiz, pero si
reforzaron al caudillo que entró a Cuautla, donde dejó a aquéllos
mientras él seguía para Taxco. Bravo tomó parte en los combates de
Tenancingo y Tecualoya y se portó tan bizarramente que Morelos empezó
a distinguirlo, y ya le dio mando superior.
El famoso sitio de
Cuautla fue también una piedra de toque del valor y pericia de don
Nicolás Bravo. Concentrados en esa población, como punto estratégico,
los elementos más valiosos de la insurrección encabezados por
Morelos, que había llegado a ser el único objetivo de los realistas,
éstos comprendieron que era preciso reconcentrar allí también lo
mejor del ejército virreinal, para de una vez acabar con la guerra
que se prolongaba demasiado, en concepto del virrey Venegas.
Mientras Morelos subía
al valle de Toluca ya don Leonardo estaba en Cuautla fortificándose
por orden suya. Llegado Morelos y con noticias de la aproximación de
las fuerzas de Calleja, se resolvió la defensa hasta lo último.
Bravo no tuvo al principio mando especial, pero habiendo salido su
padre en busca de provisiones y auxilios, quedó en la división de
don Hermenegildo Galeana, y en ella tuvo frecuentes ocasiones de
distinguirse. Se incorporó en Chiautla, y bajo las órdenes de
Morelos hizo toda la campaña hasta Tehuacán, donde recibió el
nombramiento de comandante militar de la provincia de Veracruz, y como
tuviese noticia el general del movimiento de convoyes que por aquellos
días había, ordenó a Bravo que los atacase.
Por esos días era
preciso hacer pasar de Veracruz a Puebla una fuerza armada para
custodia de un gran convoy y de la numerosa correspondencia de España
que se había acumulado en la primera población, y que después
regresara amparando otro convoy de harinas y varias otras mercancías
para el abastecimiento de aquella plaza. Esto era indispensable para
los realistas; y en tal virtud el gobernador de Veracruz, Dávila,
dispuso que don Juan Labaqui, que no era militar de profesión, pero sí
de reconocida capacidad para el caso, saliese con 300 infantes,
sesenta caballos y tres piezas de artillería ligera, fuerza que se
consideró suficiente en vista de que los insurgentes estaban lejos.
Era Labaqui de origen español y se tenía gran confianza en su
cometido; como en Veracruz se ignoraba que Morelos se encontraba en
Tehuacán, Labaqui esquivó el camino llano de Jalapa, que estaba
obstruido por los insurgentes, y se dirigió por el de las Villas
hacia Orizaba, no sin tener algunos encuentros de escasa importancia;
subió luego hasta Acultzingo, y llegó a la llanura que se extiende
hasta Puebla, alojándose en el pueblo de San Agustín del Palmar;
punto al cual se dirigió Bravo con unos seiscientos hombres, entre
los que se contaban doscientos indios de la costa, hombres aguerridos
y resueltos, y sobre todo, ya bastante experimentados.
Aunque Bravo caminó
toda la noche y llegó al amanecer del 19 de agosto a las
inmediaciones del Palmar, lo encontró ya ocupado por las fuerzas de
Labaqui y no le quedó otro recurso que batirlo; Labaqui se atrincheró
en la población y resistió durante dos días con sus noches, pero
dominado por los insurgentes que se habían apoderado de las alturas
del Calvario y ocupado por ellos el pueblo, fue atacado a la bayoneta
en su propio domicilio, y cayó con el cráneo hendido de un solo
machetazo que le dio un negro suriano. Los realistas tuvieron más de
cuarenta muertos, algunos heridos, dejaron doscientos prisioneros y
perdieron íntegro el convoy. Regresó a Tehuacán con sus heridos y
en el camino encontró el refuerzo que le enviaba Morelos, del que ya
no tenía necesidad; entregó a Morelos la espada de Labaqui y salió
para Veracruz atacando en Puente del Río a otro convoy que iba a
Jalapa y al que hizo bastantes prisioneros. Estos repetidos triunfos
sembraron el pánico entre los realistas, y Castro Terreño temió
verse atacado en Puebla.
Bravo partió a Medellín
y allí recibió la infausta nueva de que don Leonardo, su padre, había
subido al cadalso en el ejido de México, el día 13 del mismo mes,
condenado a sufrir la pena de muerte en garrote vil. Indignación y
dolor profundo causó esta noticia en el ánimo del héroe del Palmar.
La noticia le fue comunicada por Morelos, quien lo facultó para
indultarse si con esta condición le salvaba la vida a don Leonardo, y
le mandó que en justa represalia fusilara a los prisioneros que tenía
en su poder.
Don Nicolás Bravo pensó
por un momento acogerse al indulto que se le ofrecía para salvar la
vida de su padre, pero recordando el caso de los señores Orduña
comprendió que muy poco a nada podía fiar en las promesas de los
españoles. Esos Orduña eran hermanos, don Juan y don Rafael, vecinos
acomodados de Tepecoacuilco, no se sublevaron, pero huyeron a su
rancho cuando llegó el realista Andrade, que consiguió aprehender al
segundo, al que puso en capilla, y mandó decir al primero que si no
se presentaba inmediatamente fusilaría a su hermano al día
siguiente. Don Juan, tanto para salvar la vida de su hermano cuanto
para demostrar que no era insurgente, se presentó, y entonces Andrade
puso en capilla y fusiló a los dos hermanos. En cuanto a la orden que
recibió de Morelos para fusilar a los prisioneros españoles, Bravo
pensó obedecerla, y en el momento que la recibió mandó poner en
capilla a los trescientos que tenía en Medellín y ordenó al Capellán
Sotomayor que los auxiliase; pero en la noche, no pudiendo conciliar
el sueño, reflexionó que esas represalias disminuirían mucho el crédito
de la causa nacional, y que observando una conducta contraria a la del
Virrey, podría conseguir mejores resultados; sin embargo, tenía una
orden que no podía desobedecer: pasó toda la noche pensando en lo
que debía hacer, hasta que en la madrugada se resolvió a perdonar a
los presos de una manera que se hiciese pública y surtiese efecto en
favor de la causa nacional. A las ocho de la mañana mandó formar la
tropa, hizo sacar a los realistas y les dirigió la palabra diciéndoles
que el mismo Virrey los había condenado a muerte, pero que él
(Bravo), no queriendo ejercer represalias, les perdonaba la vida y les
daba su libertad. Con lágrimas de gozo acogieron los condenados a
muerte aquellas palabras, y sólo cinco, que eran comerciantes,
pidieron sus pasaportes y uno de ellos, poco tiempo después, regaló
al insurgente el paño suficiente para vestir un batallón. A
envidiable altura se encumbró don Nicolás con tan generoso rasgo.
Morelos no aprobó la
conducta de Bravo; sin embargo, por su parte, tampoco cumplió su
amenaza de fusilar los cuatrocientos prisioneros realistas que tenía
en el presidio de Zacatula.
Con el carácter de
Comandante de Veracruz empezó don Nicolás a expedicionar por la
provincia, y unido a las fuerzas que allí había atacó a Jalapa que
no pudo tomar, pero situado en el puente del Rey impidió el comercio
del puerto y estableció una contribución, que ingresó a los fondos
de la guerra; en esa posición impedía el paso de un convoy de cuatro
millones de pesos que iba para Veracruz, y sólo la astucia del jefe
español consiguió hacerlo pasar por otro punto; sin embargo, no era
posible dejar aquel punto en poder de los insurgentes, y fuerzas
superiores se encargaron de desalojarlo, así como de rechazarlo de
Tlaliscoyan y Alvarado, que también intentó ocupar, no quedándole más
recurso que retirarse a San Juan Coscomatepec, lugar estratégico que
se apresuró a fortificar (mayo de 1813). Por entonces, los
guerrilleros de la provincia, disgustados del régimen moralizador que
procuraba implantar, lo acusaron ante Morelos, que por esa ocasión no
dio ninguna importancia a la acusación.
El 28 de julio fue
atacado por las fuerzas superiores de Conti, y las hizo retroceder con
grandes pérdidas, dedicándose desde entonces con más ahínco a
terminar las fortificaciones, porque supo que una verdadera división
iba a atacarlo. Para la causa realista era indispensable impedir a
toda costa que se hiciese fuerte en Coscomatepec; pues desde el sitio
de Cuautla, Calleja, que había palpado los sacrificios que ello
significaba, ordenó que por ningún pretexto se diese tiempo a los
insurgentes de fortificarse en ninguna parte; por tanto, hízose
formar una división por el Conde de Castro Terreño, compuesta del
Batallón de Asturias y otros Cuerpos, fuerte en 1,000 hombres y
cuatro cañones, y se designó para jefe de ella al Teniente Coronel Cándano,
quien en unión de Conti se presentó a la vista de Coscomatepec el 5
de septiembre y empezó desde luego a batirla. Pero Bravo, a quien por
la parte de afuera ayudaba eficazmente Machorro, la defendió bien, y
después de 24 días y de varios asaltos infructuosos, sin que Cándano
lograse apoderarse de la posición mantenida por los patriotas, el
Virrey dispuso que tomase el mando de las fuerzas sitiadoras don Luis
del Aguila, Comandante de la provincia, a quien se juzgaba muy
competente para el caso y que en efecto activó de tal modo el sitio,
que obligó a Bravo a pensar seriamente en romperlo, escaso como
estaba, de víveres y municiones.
A las once de la noche
del 4 de octubre, después de un asedio de setenta días, después de
clavar sus dos cañones grandes y enterrar los pequeños, decidió la
salida, que sus soldados aprobaron; dejó encendidas las lumbradas y
ató los perros a las sogas de las campanas para que con el repique
que aquéllos hiciesen, creyesen los sitiadores que aún estaban allí
los sitiados, y en muy buen orden se salió con toda la fuerza y con
los habitantes, pasó por el punto del río donde Machorro había
derrotado a un destacamento y llegó a Ocotlán, donde dejó a los pacíficos,
y siguió a Huatusco sin que nadie lo sintiese ni menos lo molestase.
Aguila se desquitó arrasando el pueblo y fusilando las imágenes de
los Santos. Morelos, que nunca dejaba abandonados a sus Tenientes, había
enviado en socorro de Bravo a Arroyo y a Matamoros, pero sabiendo éstos
que el sitio estaba roto y que un convoy de tabaco estaba cerca, lo
atacó el segundo y se apoderó de él, haciendo perder a los
realistas 600 hombres y apoderándose del Comandante Cándano, que fue
fusilado. Bravo cooperó a aquel hecho de armas.
Por orden de Morelos
regresó al Sur para contribuir a la desgraciada expedición sobre
Valladolid, y en Cutzamala se unió con los demás generales; cumplió
con su cometido de apoderarse del fortín de la garita del Zapote;
pero atacado por todos lados, por la llegada de Iturbide, perdió su
infantería, tres cañones, parque, y 233 prisioneros, que fueron
fusilados inmediatamente; también se batió en Puruarán, y por
verdadera casualidad escapó de caer prisionero. Retrocedió al
Mexcala y sufrió varias peripecias y algunas derrotas, demostrando en
general poca actividad, debido a que el Congreso no era muy afecto a
operaciones militares; cuando este Cuerpo resolvió trasladarse a
Tehuacán, Bravo fue uno de los que lo escoltaron, y mandando la
izquierda estuvo en la acción de Tezmalaco, en la que cayó
prisionero Morelos, no cayendo aquél, por haberle mandado el Generalísimo
que siguiese dando escolta a los diputados para que el Congreso
integro no quedase en poder de los realistas.
En Tehuacán fue
nombrado don Nicolás miembro del Tribunal Supremo, con lo que se le
quitaba el mando de tropa, desacierto muy grande que no duró mucho
tiempo, pues disuelto el Congreso por un pronunciamiento, Bravo, que
permaneció extraño a los sucesos que lo originaron, salió para la
provincia de Veracruz, donde Victoria lo recibió mal y lo invitó a
volverse al Sur; caminó rápidamente por Chalchicomula y Tepeji, se
encargó del mando de la gente de Guerrero, que estaba herido, y sin
ningún tropiezo llegó a Ajuchitlán. Allí, unido a Galeana (don
Pablo), se negó a reconocer a Rayón (Ignacio), e hizo salir a don
Ramón Rayón, enviado para someterlo, de su jurisdicción. Durante el
resto del año de 1816 descansó Bravo de sus tareas militares y pasó
algunas temporadas en su hacienda de Chichihualco; es cierto que
Armijo lo persiguió poco y por eso gozó de alguna tranquilidad.
Cuando la expedición de Mina, que volvió a poner en agitación al país,
Rayón trató de hacerse fuerte en Jaujilla, pero la Junta de Uruapan,
que quiso acabar de una vez con sus pretensiones, lo mandó prender y
encomendó este encargo a Bravo, que lo cumplió sin dificultad y que
condujo al preso a Patambo; se situó en seguida en Ajuchitlán, donde
unido a don Benedicto López empezó a organizar algunas fuerzas (mayo
de 1817), y a hostilizar a los realistas de Zitácuaro, y aun obtuvo
algunas ventajas; éstas lo decidieron a fortificar a Cóporo, en
donde rechazó al realista Mora, pero no pudo resistir mucho tiempo, y
el primero de diciembre tuvo que abandonar el fuerte al ser atacado
por Márquez Donallo, y echándose por un voladero sufrió algunas
contusiones; a pie y con mil trabajos recorrió treinta leguas, hasta
el Atascadero, donde consiguió un caballo que lo llevó a Huetamo.
No repuesto de sus
heridas trató de libertar a Rayón y a Verduzco, que acababan de ser
cogidos prisioneros, pero no lo pudo conseguir, a pesar de que obligó
a los realistas a encerrarse en la iglesia de Ajuchitlán; se dirigió,
sin embargo, al paso de Coyuca, fortificándolo ligeramente, pero habiéndolo
flanqueado Armijo, dejó sus soldados a Guerrero y se dirigió a lo más
escondido de la Sierra para curarse de las heridas que había recibido
en Cóporo. Armijo, sabedor de esto, emprendió a marchas forzadas el
camino del rancho de Dolores, y el 22 de diciembre de ese año de 1817
aprehendió a Bravo y en unión de los demás presos lo condujo a
Cuernavaca. Realistas e insurgentes se interesaron por la suerte de
don Nicolás, y el mismo Armijo subió a México llevando una
solicitud firmada por su padre y por toda la división pidiendo la
libertad del prisionero; consiguió del Virrey una suspensión y que
se empezase una causa a todos los insurgentes notables, pues los
soldados ya habían sido fusilados, y consiguieron salvar la vida
Bravo, Rayón, Verduzco y otras veinticinco o treinta personas.
Dos años estuvo don
Nicolás con una barra de grillos en los pies. Su ocupación era hacer
cigarreras de cartón para venderlas; su familia, entre tanto, vivía
a expensas de la liberalidad del español don Antonio Zubieta, pues
los bienes de la familia habían sido confiscados; "en las
visitas de presos que el Virrey hacía con la Audiencia en las Pascuas
y Semana Santa, nunca pidió nada, nunca se quejó de nada, y el
Virrey, que en una de estas ocasiones lo socorrió con una onza de
oro, solía decir que siempre que veía a Bravo, le parecía ver a un
monarca destronado". En octubre de 1820, al restablecerse la
Constitución española, fue puesto en libertad y escogió la población
de Azúcar y después la de Cuernavaca como lugar de su residencia,
permaneciendo allí hasta que Iturbide proclamó nuevamente la
Independencia en Iguala; dos veces tuvo que invitar a Bravo para que
se le uniera, pero éste, desconfiando, y con razón, de aquél, no le
contestó, sino hasta que un mensajero del nuevo insurgente habló
largamente con él; inmediatamente marchó al Sur, reunió algunos
hombres y volvió sobre Izúcar y Atlixco, tan rápidamente que Hevia
no pudo alcanzarlo; los antiguos insurgentes de los Llanos de Apem
acudieron a ponerse a las órdenes de don Nicolás, que al fin se situó
en Huejotzingo, amenazando a Puebla, ocupó Tlaxcala y Huamantla y
aumentó considerablemente sus fuerzas con soldados de las tropas españolas.
En Tepeaca se unió a Herrera, que mandaba la columna de granaderos
imperiales y rehuso el mando superior, que le correspondía; Hevia
consiguió rechazarlos, y habiendo resuelto Herrera dirigirse a las
Villas, Bravo decidió quedarse en los Llanos con su caballería, y
allí rechazó al sanguinario Concha, terror de la comarca, ocupó a
Pachuca, y después de Hidalgo en octubre de 1810, fue el primer
insurgente de valer que más se acercó a México, pues estuvo en San
Cristóbal Ecatepec; en Tulancingo estableció su maestranza y una
imprenta, y el 14 de junio, después de dos meses de campaña, se
acercó a Puebla para sitiarla, contando ya con un ejército de 3,600
hombres, mandado por los antiguos generales insurgentes.
Habiendo llegado
Herrera con su división se estrechó de tal manera el sitio, que el
10 de julio Llano entró en parlamento, pero como sólo se avino a
tratar con el primer jefe, se estipuló (día 17) un armisticio y al
fin se rindió la ciudad, haciendo en ella su entrada el ejército
nacional, mandado por Iturbide, el 2 de agosto, en medio del regocijo
de los habitantes. Bravo, con su división, marchó con estudiada
lentitud sobre México, cuyo sitio iba a empezar, pero que al fin no
se verificó por haber entregado el mando y el ejército las
autoridades españolas; con el ejército trigarante entró Bravo en la
vieja Tenochtitlán, el memorable 27 de septiembre de 1821, viendo ese
día coronados sus esfuerzos de diez años y realizada la ilusión que
lo llevara a tomar las armas en 1811.
El resto de la biografía
de Bravo no pertenece ya a este libro y por lo mismo procuraremos nada
más decir algunas palabras acerca de sus hechos. De mala gana aceptó
el Imperio de Iturbide, y cuando éste cayó, a petición suya fue
Bravo encargado de conducirlo a la costa, demostrando alguna severidad
en su cometido, pues vela en aquél a un prisionero político y no a
un Emperador que voluntariamente había abdicado y que se dirigía al
destierro. Formó parte del poder ejecutivo (1823) y después se le
eligió para Vicepresidente de la República en 1824; tuvo alguna
participación en nuestras divisiones políticas y se vio desterrado a
Guayaquil; varias veces fue Presidente de la República en cortos períodos,
siendo la última vez en 1847, ya invadido el centro del país por los
angloamericanos; el 13 de septiembre de ese año se batió en
Chapultepec con los invasores, mandando a los alumnos del Colegio
Militar allí establecido, y cayó prisionero. Terminada la guerra se
retiró a la vida privada y fuese a vivir a su hacienda de
Chichihualco, donde murió el 22 de abril de 1854. En 1806 el
gobernador de Guerrero, 'Arce, celebró el centenario de Bravo erigiéndole
una estatua en Chilpancingo.
La figura de don Nicolás
Bravo se destaca imponente y majestuosa en la historia, y siempre
digno por sus hazañas, esclarecido por sus levantados sentimientos,
es y será en todo tiempo la honra y la gloria de la patria, dice uno
de sus biógrafos. El atildado escritor don Rafael ángel de la Peña
escribió un notable articulo en el que hace un paralelo entre César
y Bravo, que es digno de leerse, y numerosos son los escritores que se
han ocupado de este personaje de la revolución mexicana, que es uno
de los más populares de ella y el que más simpatías despierta; el
teatro también ha llevado a la escena sus principales hechos, y en
los días del Centenario, probablemente, se representará una ópera
cuyo argumento es Bravo en Medellín, de la que escribió el libreto
el conocido literato y hombre público don Ignacio Mariscal, que poco
ha bajó a la tumba.
Alejandro
Villaseñor Villaseñor, autor de este texto, nació en 1864 en la
ciudad de México. Dedicó parte de su vida a la investigación, al
estudio de la historia y al periodismo, y murió en 1912. Esta
semblanza de Nicolás Bravo fue tomada de su libro Biografías de
los héroes y caudillos de la Independencia, publicado por vez
primera en 1910.
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